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miércoles, 26 de diciembre de 2007

Un rostro

Su piel era fina y suave. Brillante. El color blanquecino de su cara, si bien cercano, bajo ningún punto de vista podría decirse que era pálido. Era como esos blancos nuevos. No un blanco fantasmal, más bien angelical. La miré durante horas. No había una arruga en esa piel perfecta. La recorrí con la mirada. Mis ojos escrutaron su rostro entero, de la frente a la pera y de oreja a oreja. Impecable. De solo mirarla podría decir que también olía bien. Se que es imposible. Pero hay imágenes que vienen con aromas. Y esta piel no podría tener otro perfume que el de un atardecer primaveral.
Esa piel, esa sabana delicada y mansa, era resbaladiza. Cubría con perfección sus destacados pómulos. Redondeados y sobresalientes pómulos sobre cuales descansaban sus ojos. Que decir de sus ojos, para que escribir sobre ellos. Como describir en estas simples líneas lo que ellos transmitían. Dulzura en miles de gotas ahogadas en dos mares enormes de límites precisos y exactos en donde podrías hundirte y vivir en un mundo de fantasía. Bellísimos. Después pestañó. Increíble. Asombroso. Fue un movimiento impecable. Justo antes que el párpado superior se fusione con el inferior vi como sus ojos levemente miraban hacia abajo y a la derecha. Como desinteresada en la magia que estaba a punto de desplegar. Todos pestañamos. De hecho vivimos pestañando y es un acto tan involuntario como poco especial. Pero en ella fue diferente. Por lo menos esa vez. Ese pestañeo lento y suave fue como quedar desnudo frente a una nube negra a punto de desgarrarse y deshacerse en miles de gotas de agua.
Entre ambos pulidos pómulos estaba su nariz. Chiquita. Delicada. Era el punto medio perfecto. Era el centro entre dos aguas y dos montes. Fina, pero de corte suave. Hacia la punta se redondeaba y terminaba en un par de orificios elípticos dibujados en armonía con el resto de la cara. Su interior no se mostraba, como ocultando un secreto. Hay veces que la nariz es muy grande o muy chica, o las fosas se muestran enteras o no se ven para nada. En ella no. Su nariz era una conjunción de piezas creada con una arquitectura prodigiosa.
Por debajo estaba su boca. Tierna. Pequeña. De forma ahusada y humedecida precisamente, como planeado, como controlando la cantidad de agua que cada célula de su labio mostraba hacia el exterior. Un suave matiz rosado cubría su extensión que no llegaba más allá de los bordes de la pera. Salvo que sonriera. Ahí si sus extremos se extendían superando sus propios limites y rozaban bordes distantes. Una sonrisa calma, serena y silenciosa.
Una cara hermosa pintada en un cuadro por un artista de los colores, con mil matices diferentes. Una figura dulce, esculpida por manos expertas y herramientas celestiales. Un rostro por demás bello, como un regalo. Un aroma que lo cubre todo.
PnZ

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